No era un espectáculo de circo, era la supervivencia económica de una de las entidades más poderosas de México.  

Cuentan quienes lo vieron desde abajo que Carlos Garza, como el tesorero estatal, caminaba con una calma que desafiaba la gravedad, de un lado, las calificadoras internacionales, del otro, las deudas heredadas, y en medio, una cuerda que muchos intentaron sacudir: 

La cuerda sobre el abismo.  

En la política regia, mover la cuerda es el deporte favorito. 

En la «horquilla» del Cerro de la Silla, mientras Carlos intentaba cruzar con el presupuesto a cuestas, no faltaron manos que jalaron el cable para enviarlo al vacío. 

Pero él, con la maestría que solo dan los años en la administración pública, lograba lo imposible: una maroma responsable. 

Cuando el equilibrio parecía perdido, él daba un giro en el aire y volvía a poner los pies en el alambre, manteniendo a salvo el dinero de los ciudadanos.  

Pero el invierno llegó, no solo el de la temporada, sino el de un ciclo político que se tornó gélido. 

El «equilibrista» estaba acostumbrado a la falta de mayorías en el Congreso —en diez años nunca tuvo el viento a favor—, pero los últimos tiempos trajeron tormentas nuevas. 

Un invierno para el retiro.    

El actual Gobernador, en un juego de tensiones extremas, a veces parecía sostenerlo de un solo pie, obligando a Garza a que su estabilidad dependiera únicamente de su astucia personal.

El desgaste de caminar en un solo apoyo, con el presupuesto vetado y los acuerdos rotos por terceros, termina por cansar hasta al atleta más robusto. 

Tras una década de tensión constante en las pantorrillas, el equilibrista decidió, de manera sobria y mesurada, que era momento de bajar.  

Quienes lo conocen no hablan de un técnico frío, sino de un hombre de palabra y sonrisa sencilla, un puente humano que supo trabajara con el poder federal, con el Gobierno Independiente durante seis años y con Movimiento Ciudadano los últimos cuatro. 

Su preparación académica es basta, pero su mayor activo fue siempre su afabilidad, esa capacidad de ser el «traductor» entre bandos que se negaban a hablar el mismo idioma.  

Hoy, la cuerda floja de la Tesorería luce desierta. 

La oposición lo extrañará porque, aunque rivales, en él encontraban a un interlocutor que no usaba el engaño, el Gobernador sufrirá su ausencia, pues ha perdido al hombre que lo sacó de innumerables apuros financieros con la elegancia de un mago.  

Se cierra el telón de una década. 

Con el fin de año y la llegada de las primeras heladas, el gran equilibrista ha guardado su vara de mando, se ha bajado del cable y ha caminado hacia el final de un ciclo, dejando una huella de responsabilidad que será difícil de seguir en las alturas del poder neoleonés.  Adiós al equilibrista: Carlos Garza Ibarra.